jueves, 10 de abril de 2008

POR FAVOR, DÉME UN JESUÍTA

En casa, los domingos siempre había de postre algo dulce.
He de decir que mis padres fabricaron cuatro hijos golosos.
Es más, para mí, un domingo sin un postre dulce es una tristeza infinita.
Cuando éramos pequeños mi madre nos metía la chupeta en azúcar, lo cual hoy en día creo que es una barbarie, dicho por los pediatras.
La fruta nos la daba con azúcar, todavía recuerdo la naranja hecha rodajas y con azúcar por encima.
Las natillas de mi madre, los flanes, las fresas con leche (la nata ya era un lujo...). Recuerdo hasta los melocotones en almíbar, esto ya era algo festivo. Ah, y el arroz con leche.

Pues bien, cuando además había alguna celebración tipo cumpleaños, entonces comprábamos pasteles, y había uno, que hoy por casualidades de la vida me ha venido a la cabeza, era el jesuíta. Los nombres de los pasteles, al menos aquí en Burgos, son muy curiosos.

Recuerdo que a mi padre le encantaba el jesuíta (este pastel es de hojaldre, tiene varias capas de hojaldre y entre capa y capa hay crema), y un día le pregunté porqué se llamaba así.
Os cuento la respuesta:
"¿Sabes hija?
Hay tres verdades que ni Dios sabe:
1.- El dinero que tiene el Opus.
2.- El número de órdenes religiosas femeninas que hay en el mundo.
3.- Y lo que piensa un jesuíta.

Hoy, he recordado ese momento y me he sentido feliz, ¡qué cosas!