Siempre me han gustado los domingos.
Sé que a la mayoría de la gente le deprimen.
Pues a mí no.
Me siento, sobre todo a estas horas de la noche, con energía.
Normalmente, se supone que he descansado el fin de semana. He dormido, y he recuperado horas de sueño. Y estoy realmente descansada. A mí el descanso físico me ayuda a ver las cosas más claras y mejor. El dormir, como digo yo, me carga pilas, me carga de energía.
Tengo la suerte de desconectar fácilmente, y el fin de semana me sirve para poner distancia a los problemas cotidianos de cada día, sobre todo a los del trabajo. Que es de donde más necesito desconectar y de donde más me interesa hacerlo. Entre otras cosas porque los fines de semana, en mi caso, siguen teniendo trabajo, pero del que (aunque soy muy quejica) me gusta, típico: organizar la compra, hacer recados, organizar la semana, la casa...
Pues bien, cuando llega el domingo a estas horas me siento con fuerzas,
es como la sensación de empezar de nuevo,
de empezar de cero, de quemar lo viejo y estrenar lo nuevo.
Tal vez, será que en el fondo soy optimista y siempre (o casi siempre) le doy una oportunidad a cada semana.
Me gustan los domingos, que no los domingueros ni el dominguerismo.
Me gusta (los domingos) comprar los periódicos y el pan y que el postre sea especial.
Me gustan los domingos porque el ritmo se ralentiza, las tiendas cierran y a veces hasta hay menos tráfico y menos ruido en la calle.
Me gustan los domingos.
domingo, 17 de febrero de 2008
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