
Todo deja huella.
Todo queda.
Todo se impregna.
Todo cala.
Todo es permeable.
Todo deja poso.
A veces una descubre, paseando tranquilamente por la calle o simplemente yendo en coche a trabajar, que un día fue feliz y sin recordar aquello conscientemente siente en ese preciso instante o momento un poso de bienestar, es el poso de la paz interior.
Otras veces es lo contrario, una está de mal humor, se siente como amargada y desesperanzada. Y en ese preciso instante o momento piensa que es por algo, algo en algún momento no acabó de digerirse bien y entonces quedó allí el poso, los posos... y son ellos los que ahora traen el sabor amargo de los restos de aquella experiencia.
Y, procurando vivir -equilibradamente- hay posos que cogen forma de legañas y nos impiden ver con claridad. Otros se convierten en tapones de cera que insonorizan nuestro ambiente. Y a veces esos posos sellan nuestros labios y nos impiden hablar, sonreír; y lo peor, nos impiden besar.
Ese sabor que deja un buen café, un buen vino -como el del otro día -, una buena comida, un buen paseo, un buen libro...Ese poso...
Pero a veces el café está demasiado amargo, el vino pasado, la comida muy fuerte, en el paseo nos salen callos y el libro fue un ladrillo.
Hoy dejo mi poso de tarde gris de domingo de febrero. Es un poso un poco tristón y melancólico.
La foto de hoy se me parece a los posos que hubiese dejado un ramo de novia tipo "bouquet".